
Akwamozu los funerales
La muerte produce en África un doble temor, el de que todo vivo moriremos sin que nadie sepa exactamente que pasa después; y qué puede hacer un muerto desde el lugar al que ha ido, achacándosele en cualquier caso lo bueno que sucede si era bueno y lo malo si era un enemigo o una persona poco amistosa. Más lo que nuestros propios antepasados muertos hagan por haberse enfadado y nos castiguen a veces sin saber porqué, o nos gratifiquen por a saber. Este capítulo, por los diversos pueblos con tradicciones propias de que se componen los Igbo, es realmente extenso y denso. Veámoslo…:

Akwamozu es tal vez el evento ceremonial en que más se involucran todos los pueblos, también los Igbo. Es tal el miedo e inseguridad que nos produce la muerte que incluso nos cuesta centrarnos en ella. En el caso de los Igbo, les conmueve la creencia en la separación del alma o espíritu del fallecido de aquellos que siguen en la tierra, lo que también temen por el supuesto poder del que piensan disponen desde el más allá.
Ceremonias
Si antiguamente participaba toda la comunidad en un Akwamozu, el fallecido era parte de un todo, hoy suele ser más familiar, aunque en uno y otro caso el pensamiento común se centra en las creencias y espiritualidad, a lo que la tradición otorga un alto grado de aporte cultural que aunque en menor medida, hoy se mantiene.
Desde antiguo creen los Igbo que alguien muerto, debe recibir unas ceremonias adecuadas que le ayuden en el paso al otro ‘lado’ sin causarle ningún problema, pues si así fuera los que quedan a este lado, encargados de facilitárselo, sufrirán las consecuencias.
El fallecido sin recibir ceremonias no encontrará la paz y si era adulto se reencarnará en un bebé que constantemente irá muriéndose antes siquiera de que le salgan los dientes. Y su alma, que nunca encontrará cuerpo y no puede albergarse en el bebé por no tener este capacidad suficiente al no mostrar incisivos, sabiendo quienes son los culpables, los atormentará de por vida.
Siendo para los parientes incumplidores el mayor castigo, pues mientras no le hagan las ceremonias apropiadas, nadie a ellos se las harán cuando mueran.
Llegan a manifestar que el otro ‘lado’ es un reino donde se encuentran sus predecesores, en el que reina la armonía y su ocupación radica en mirar por los descendientes que dejaron aquí.
El funeral, como despedida, se celebra dos veces, o en dos partes, que pueden dilatarse entre una y otra más de un año, pero creen que es la manera segura de que el fallecido ‘pase’ del mundo o reino de los vivos, al de los muertos. Sólo tras un segundoAkwamozu, realizado con esmero, el difunto podrá pasar de Ita okazi o período de tormento, a un estado de paz y satisfacción.
Ritual del Akwamozu
Cuando un adulto moría, su cadáver se lavaba a conciencia y depositaba yacente sobre una estera de hojas de platanero, para a continuación aplicarle tinte de Uhie, tanino de madera de Leva, que le otorgaba carácter sagrado; a veces se le realizaba un símbolo Nsibide con Nzu, tiza, solicitando le dieran al otro lado la bienvenida.
Tras esto se le situaba en la habitación principal con los pies orientados hacia el este, que debía coincidir con la entrada de la casa, facilitándole la salida al encaminarle hacia la puerta, esta ceremonia era conocida en la mayoría de sitios como Okwukwu en otros como Ifu onu, recordemos que no todos hablan los mismos dialectos.
A esta ceremonia asistían los parientes que con el vivían pero también debían acudir las Unuda o hijas que estuvieran casadas, por tanto fuera de su entorno, pues ellas y sus madres, y otras esposas si tenía el difunto, debían lavar, pintar, vestir y arreglar el cadáver, también asistían los Umu okele o niños nacidos cuyas madres hubieran nacido en la misma aldea donde lo hizo el fallecido*13, a ellos se sumaban los Mgbaru, aquellos que venían de fuera.
* 13 Nota: Posiblemente por su creencia en la reencarnación y tener contactos con quien pudiera proporcionarle un cuerpo para ello.
La mujer
Si la fallecida era una mujer, se la sentaba sobre su silla como ella lo hacía en vida, sujetándola para que no callera, llevándola así a su aldea sobre una parihuela donde sería enterrada.
Finalizada la preparación se daba pasa al velatorio, en que se avisaba a parientes y amigos, siendo bien recibido todo aquel que quisiera presentar su respeto al difunto y su familia, a los que recibía el hijo mayor del difunto, o el siguiente en la línea sucesoria, ofreciéndoles nueces de kola y vino de palma.
El velatorio duraba toda la noche y al clarear, los varones de la familia disparaban sus armas avisando al pueblo. Realizado el aviso se trasladaba el cuerpo a la tumba donde sería enterrado sin dilación, envolviéndole previamente en sus mejores vestidos y uno nuevo para que se presentara con toda dignidad, añadiendo sus pertenecías más queridas, su asiento; arco y armas; herramientas, su azada si era agricultor o su martillo si era herrero y con su pipa; a las mujeres con sus platos, ollas y engalanadas con su abalorio más preciado.
Respecto a los jefes o líderes no se anunciaba su muerte hasta no realizar determinados ritos, conocidos como Ikpo oku, habiendo pasado a veces hasta más de un año.
Obi
La gente podía ser enterrada junto a otros parientes, en un nuevo sitio y un anciano titulado podía pedir que se le enterrara en su cuarto, su Obi, dentro de su propio compuesto.

de Enugu, ciudad de Obioma, Abaja. Foto George Thomas Basden sobre 1910.
Como antiguamente, también hoy la gente quiere ser enterrada en el hogar de sus ancestros.
Por otro lado, aquellos a los que se consideraba habían tenido una ‘mala muerte’, los suicidas, los muertos por viruela, o los condenados a muerte, por ejemplo, se limitaban a arrojar sus cuerpos a una parte abrupta del bosque, el Ajọ ọhia o ‘bosque infame’.
A los niños fallecidos se les enterraba cuanto antes y con poca ceremonia, bien a primera o última hora del día. Era como si se quisiera huir rápidamente del dolor.
Cuando una mujer casada moría, se llevaba su cuerpo a casa de sus padres, excepto si tenía hijos que quisieran ocuparse de cómo enterrar a su madre.
Utilizando el sentido común, a un cadáver se le manipulaba como si fuera una peligrosa fuente de contaminación, el calor y la humedad son abrumadores, por eso tenían por norma que tras lavar preparar y trasladar el cadáver, todos los implicados debían lavarse a conciencia.
El entierro
En la antigüedad, el cuerpo de una persona común y corriente se envolvía en una estera de hojas como hemos indicado, y se le vestía al menos con un paño que le cubriera. Los hombres titulados y algunas mujeres eran enterrados en cámaras funerarias excavadas, sentados en posición vertical sobre un taburete y apoyados contra la pared de la cámara, mirando al este. Dependiendo de la comunidad había ciertos días tabú, en que no se permitían entierros, sobre todo el de Ehi Eke o día de Eke.
Mujeres y hombres debían llorar a sus cónyuges fallecidos durante siete semanas Igbo, 28 días ellas y nueve semanas Igbo o 36 días, ellos, período de duelo conocido como Mkepe; debían dejar que otros parientes les rasurasen la cabeza y no podían trabajar en ese tiempo.
Las Ekpe, Nwanyi ajadu u Ogidi, las viudas recientes en distintos dialectos, y los viudos recientes, Ajadu nwoke u Oke Ekpe, debían aislarse en una cabaña a la que llamaban Akwụ cerca de un ọkpụkpụ ntụ con un fuego de hogar o Ashy, usando un paño de corteza emulsionada negra llamado Aji durante los días mencionados de duelo o Mkepe, recibiendo alimentos de sus hijos u otros parientes, recordando, ritualmente, hechos del fallecido, tras lo que se llevaba a cabo el ritual final de Ikpa ntụ asaa que implica limpiar las cenizas del fuego del hogar, Ashy, que alumbraron y calentaron al fallecido por última vez.
28 días de reclusión
En algunas comunidades, a los 28 días de reclusión prescritos, muchas veces se sumaban los dolientes padres, si vivían y estaban en condiciones, condoliéndose por sus hijos fallecidos.
Después del Akwamozu inicial y entierro del fallecido, se realizaba el ritual conocido como Ikwa ozu en numerosas comunidades Igbo, con el propósito de ayudar a su espíritu a llegar al mundo de los ancestros o Ndi ichie, y asegurarle un lugar entre ellos.

En la actualidad este ritual de Ikwa ozu aún se realiza como antaño, pero se ha sincretizado o fusionado con los rituales cristianos mayoritarios hoy en el territorio Igbo, celebrando un acto de acción de gracias en la iglesia tras el entierro, tras lo que ya en la casa del difunto se le recuerda entre grandes manifestaciones de alegría, donde no faltan viandas y bebida durante varios días que, según el estatus del fallecido, podía, y puede, extenderse incluso 15 días.
Para altos representantes, como jefes, titulados o ancianos del último grado de edad, se realizaban ritos especiales durante el Ikwa ozu, llevados a cabo por los componentes de cada corporación en la que el fallecido hubiera estada adscrito, este era entonces, en algunas comunidades, Ebiri onye, alguien preeminente.
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