
El herrero es ante todo un trabajador del hierro, y su condición de nómada, derivada de su desplazamiento continuo en busca del mineral en bruto y de encargos de trabajo, le obliga a entrar en contacto con diferentes poblaciones.
El herrero es el principal agente de difusión de mitologías, ritos y misterios metalúrgicos. Lo que nos traslada a un prodigioso universo espiritual.
Por otra parte, los trabajos de la mina y la metalurgia nos orientan hacia concepciones específicas relacionadas con la Madre Tierra, con la sexualización del mundo mineral y de las herramientas, con la solidaridad entre la metalurgia, la ginecología y la obstetricia.
El herrero del país Dogón

Comenzaremos por exponer algunos de estos conceptos a fin de comprender con mayor claridad el universo del herrero y del metalúrgico.
En relación con los mitos sobre el origen de los metales encontraremos complejos míticorituales que abarcan la noción de la génesis mediante el sacrificio o el autosacrificio de un dios, las relaciones entre la mística agrícola, la metalurgia y la alquimia y, en fin, las ideas de crecimiento natural, crecimiento acelerado y «perfección».
Se podrá medir por cuanto sigue, la importancia de estas ideas para la constitución de la alquimia. Hemos procurado comprender el comportamiento del hombre de las sociedades arcaicas con respecto a la Materia, de seguir las aventuras espirituales en las que se vio comprometido cuando descubrió su poder de cambiar el modo de ser de las sustancias.
Acaso debiérase haber estudiado la experiencia demiúrgica del alfarero primitivo, puesto que fue el primero en modificar el estado de la Materia.
El recuerdo mitológico
Pero el recuerdo mitológico de esta experiencia demiúrgica no ha dejado apenas vestigio alguno.
Por consiguiente, hemos tomado como punto de partida el estudio de las relaciones del hombre arcaico con las sustancias minerales y, de modo particular, su comportamiento ritual de metalúrgico del hierro y de forjador.
Pero algo hay de común entre el minero, el forjador y el alquimista: todos ellos reivindican una experiencia mágicoreligiosa particular en sus relaciones con la sustancia; esta experiencia es su monopolio, y su secreto se transmite mediante los ritos de iniciación de los oficios.
Todos ellos trabajan con una materia que tienen a la vez por viva y sagrada, y sus labores van encaminadas a la transformación de la Materia, su «perfeccionamiento», su «transmutación».
Una química embrionaria
Conviene decir, desde ahora, que la alquimia no fue en su origen una ciencia empírica, una química embrionaria; no llegó a serlo hasta más tarde, cuando su propio universo mental perdió, para la mayor parte de los experimentadores, su validez y su razón de ser.
La historia de las ciencias no reconoce ruptura absoluta entre la alquimia y la química: una y otra trabajan con las mismas sustancias minerales, utilizan los mismos aparatos y, generalmente, se dedican a las mismas experiencias.
En la medida en que se reconoce la validez de las investigaciones sobre el ‘origen’ de las técnicas y las ciencias, la perspectiva del historiador de la química es perfectamente defendible.
La química ha nacido de la alquimia; para ser más exactos, ha nacido de la descomposición de la ideología alquímica.
Pero en el panorama visual de una historia del espíritu, el proceso se presenta de distinto modo: la alquimia se erigía en ciencia sagrada, mientras que la química se constituyó después de haber despojado a las sustancias de su carácter sacro.
El alquimista
Desde el punto de vista del alquimista, la química suponía una ‘degradación’, por el mismo hecho de que entrañaba la secularización de una ciencia sagrada.
No se trata aquí de emprender una paradójica apología de la alquimia, sino de acomodarse a los métodos más elementales de la historia de la cultura, y nada más. No vamos a insistir sobre la sacralidad del hierro.
Ya pase por caído de la bóveda celeste, ya sea extraído de las entrañas de la tierra, está cargado de potencia sagrada.
La actitud de reverencia hacia el metal se observa incluso en poblaciones de alto nivel cultural.
Precisemos que no se trata aquí de ‘fetichismo’, de adoración de un objeto en sí mismo y por sí mismo, de ‘superstición’, en una palabra, sino del respeto sagrado hacia un objeto ‘extraño’ que no pertenece al universo familiar, que viene de ‘otra parte’ y, por tanto, es un signo del más allá, una imagen aproximativa de la trascendencia.
Esto es evidente en las culturas que conocen desde hace mucho tiempo el uso del hierro terrestre: persiste en ellas aún el recuerdo fabuloso del ‘metal celeste’, la creencia en sus prestigios ocultos.




El metal celeste
Los beduinos de Sinaí están convencidos de que aquel que consigue fabricarse una espada de hierro meteórico se hace invulnerable en las batallas y puede estar seguro de abatir a todos sus enemigos.
El ‘metal celeste’ es ajeno a la tierra y, por tanto, ‘trascendente’; procede de ‘arriba’; por eso es por lo que para un árabe de nuestros días es maravilloso, puede obrar milagros.
Tal vez se trate aquí, una vez más, del recuerdo fuertemente mitologizado de la época en que los hombres únicamente empleaban el hierro meteórico.
También en este caso nos hallaríamos ante una imagen de la trascendencia, pues los mitos conservan el recuerdo de aquella época fabulosa en que vivían hombres dotados de facultades y poderes extraordinarios, casi semidioses.
Plinio
El hierro conserva aún su extraordinario poder mágicoreligioso, incluso entre los pueblos que tienen una historia cultural bastante avanzada y compleja. Plinio en su tratado ‘Nat.Hist., XXXIV, 44’., escribía que el hierro es eficaz contra las ‘noxa medicamenta’ y también ‘adversus nocturnas limphationes’. Las herramientas del herrero participan asimismo de ese carácter sagrado.
El martillo, el fuelle, el yunque, se revelan como seres animados y maravillosos: se supone que pueden obrar por su propia fuerza mágico-religiosa, sin ayuda del herrero. El herrero suele hablar, refiriéndose a sus herramientas, del ‘martillo y su familia’.
El martillo en África
El martillo en África es venerado por ser el que forja los instrumentos necesarios para la agricultura: se le trata como a un príncipe y se le mima como a un niño.
En cuanto a los hornos, su construcción está rodeada de misterios y constituye un ritual propiamente dicho. Todas estas creencias no se limitan exclusivamente a la potencia sagrada de los metales, sino que se extienden a la magia de los instrumentos.
El arte de hacer útiles es de esencia sobrehumana, ya divina, ya demoníaca pues el herrero también forja las armas que producen la muerte.
Probablemente, a la mitología de los metales se añaden restos de otras mitologías de la Edad de la Piedra.
El útil de piedra y el hacha de mano estaban cargados de una fuerza misteriosa: golpeaban, herían, hacían estallar, producían chispas, lo mismo que el rayo. La magia ambivalente de las armas de piedra, mortíferas y bienhechoras como el propio rayo, se transmitió amplificada a los nuevos instrumentos forjados en metal.
El martillo, heredero del hacha de los tiempos líticos, se convierte en la enseña de los dioses fuertes, los dioses de la tempestad. El dios defiende, en cuanto herrero, las cosechas y los hombres.
Los Dogón
En los Dogon encontraremos una situación análoga: es el Herrero celeste el que desempeña el papel de héroe civilizador; trae del cielo los granos cultivables y revela la agricultura a los humanos.
Quedémonos por el momento con esta secuencia de imágenes míticas: los dioses de la tormenta golpean la tierra con ‘piedras de rayo’; tienen por insignia el hacha doble y el martillo; la tormenta es el signo de la hierogamia cielo-tierra. Al batir su yunque los herreros imitan el gesto ejemplar del dios fuerte; son, en efecto, sus auxiliares.
Toda esta mitología elaborada en torno a la fecundidad agraria, a la metalurgia y al trabajo es, por otra parte, bastante reciente.
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