
El alquimista, como el herrero, y antes que ellos el alfarero, es un «señor del fuego», pues mediante el fuego es como se opera el paso de una sustancia a otra.
El primer alfarero que consiguió gracias a las brasas endurecer considerablemente las «formas» que había dado a la arcilla debió sentir la embriaguez del demiurgo: acababa de descubrir un agente de transmutación.
Lo que el calor «natural» —el del sol o el vientre de la Tierra— hacía madurar lentamente, lo hacía el fuego en un tempo insospechado.
El entusiasmo demiúrgico surgía del oscuro presentimiento de que el gran secreto consistía en aprender a hacer las cosas «más aprisa» que la Naturaleza; es decir —pues siempre debemos traducir a los términos de la experiencia espiritual del hombre arcaico—, a intervenir sin riesgo en el proceso de la vida cósmica del ambiente.

El herrero señor del fuego
El fuego se declaraba como un medio de hacer las cosas «más pronto», pero también servía para hacer algo distinto de lo que existía en la Naturaleza, y era, por consiguiente, la manifestación de una fuerza mágico-religiosa que podía modificar el mundo y, por tanto, no pertenecía a éste.
Aquí no podemos sino rozar un problema tan complejo y que ya hemos estudiado en otro lugar1 .
Advirtamos de todos modos que «producir el fuego» en el propio cuerpo es un signo de que se ha trascendido la condición humana.
Según los mitos de algunos pueblos arcaicos, las Hechiceras poseían naturalmente el fuego en sus órganos genitales y de él se beneficiaban para cocer sus alimentos, si bien lo escondían a los hombres.
Estos últimos consiguieron, empero, apoderarse de él mediante una estratagema2 .
Estos mitos reflejan tanto las reminiscencias de una ideología matriarcal como el hecho de que el fuego producido por el frotamiento de dos trozos de madera, o sea de una «unión sexual», se consideraba «contenido» en aquel de los dos trozos que simbolizaba a la «hembra».
La hechicera
Gracias a este simbolismo, la mujer es en este nivel cultural «naturalmente» hechicera.
Pero los hombres han llegado a «dominar» el fuego, y los hechiceros acaban por ser más y más numerosos que las hechiceras.
En Dobu, los autóctonos dicen que los brujos y las hechiceras vuelan por la noche y que se pueden seguir los rastros de su vuelo por las huellas de fuego que dejan tras ellos3 .
También los herreros, como los chamanes, son considerados como «señores del fuego».
En algunos regímenes culturales el forjador es considerado como igual, si no superior, al chamán. «Herreros y chamanes vienen del mismo nido», dice un proverbio yakuta.
«La mujer de un chamán es respetable; la de un herrero es venerable», dice otro5 .
Y un tercero afirma: «El primer herrero, el primer chamán y el primer alfarero eran hermanos de sangre.
El herrero era el mayor, y el chamán estaba entre los dos.
Esto explica que el chamán no pueda provocar la muerte de un herrero.»6 Según los dolganes, los chamanes no pueden «adueñarse» de las almas de los herreros, pues éstos las conservan en el fuego; por el contrario, es posible para el herrero apoderarse del alma de un chamán y quemarla en el fuego7 .
Según los mitos de los yakutas, el herrero recibe su oficio de la divinidad «malvada»,
Los yakutos
Según otra tradición, el antepasado de los yakutos, Elliei, fue el primer forjador. Otro herrero mítico, Chy-ky, fue el monitor de los guerreros: él forjaba sus armas al mismo tiempo que les daba sabios consejos.
Los yakutos atribuyen a los herreros el poder de curar por medios naturales y no con la ayuda de los espíritus, como hacen los chamanes.
En la novena generación un herrero dispone de medios sobrenaturales: ya no teme a los espíritus, y por ello se atreve a forjar los objetos de hierro que adornan el traje del chamán (el ruido del hierro aleja a los espíritus)9 . como el hierro está reservado al herrero, éste aumenta de tal manera su prestigio mágico-religioso.
Hemos visto que los orígenes comunes de la sacralidad de los chamanes y los forjadores se prueba por su «dominio del fuego».
Traducido en términos teóricos, este «dominio» significa la obtención de un estado superior a la condición humana. Y, lo que es más, el herrero crea las armas de los héroes.
No se trata solamente de su «fabricación» material, sino de la «magia» de que están investidas; es el arte misterioso del forjador el que las transforma en armas mágicas.
La cuestión es bastante mejor conocida en África, gracias, sobre todo, a los trabajos de Walter Cline y de la Misión Griaule7 .
En 1936 Cline extraía las siguientes conclusiones de sus investigaciones: 1) en las llanuras herbosas del norte del África oriental, los forjadores constituyen una casta menospreciada y su trabajo no ofrece un carácter ritual acentuado; 2).
El África occidental
Por el contrario, en el África occidental los herreros se hallan en relación con las sociedades secretas de hombres, gozan de un gran prestigio de magos y disponen de «clubs» cerrados; 3) en el Congo y las regiones circundantes, los herreros se agrupan en hermandades, están asociados con los sacerdotes y los jefes, y a veces incluso forman un todo con estos últimos, y el trabajo de la forja constituye un ritual con gran número de espíritus y remedios.
Siguiendo siempre a Cline, hemos de añadir a este cuadro que todo el continente negro conoce el complejo mágico religioso del herrero, con sus secretos de iniciación, sus tabúes sexuales, la personificación del martillo y del yunque y la transmisión hereditaria de la profesión.
Aparte de las hermandades de forjadores estables, en-cuéntranse asimismo forjadores ambulantes que gozan la reputación de poderosos magos (véase Forbes, p. 64).
Y si los Baris del Nilo Blanco consideran a los herreros ambulantes como parias8 , los Ba Lolo del Congo les muestran gran respeto e incluso les suponen descendientes de reyes o aristócratas9 .
Esta ambivalencia de la profesión del herrero negro se explica en gran parte por la historia cultural de África.

Lamparas votivas. la fundición de hierro, material sagrado
La civilización paleonigrítica
Como ha demostrado Hermán Baumann 10, la civilización paleonigrítica (que abarca el norte del Congo, el alto Nilo hasta Abisinia, el centro y sur del África oriental) representa la verdadera civilización del hierro africano, y es en su seno donde el herrero es más estimado y desempeña un papel religioso más importante: se cree que el Herrero mítico ha aportado las herramientas necesarias para el cultivo del suelo y se ha convertido por tal hecho en Héroe civilizador, colaborador de la obra divina de la Creación.
El herrero está vinculado a la tierra sagrada como lo están los alfareros y las mujeres que excavan la tierra en busca de oro.
En más de un lugar (por ejemplo, en el círculo cultural del Alto Níger) las mujeres de los herreros son las alfareras de la tribu (Baumann, op. cit., p. 498).
En cambio, en la civilización de los cazadores de las estepas y en las civilizaciones camiticas pastorales los herreros son menospreciados y forman castas aparte. El herrero y las herramientas forjadas por los herreros no han desempeñado el papel civilizador que les correspondió en las culturas paleonigríticas.
Este es, entre otros, el caso de los abisinios, de los somalíes (entre los cuales los herreros toumala constituyen una casta de intocables), de los tedas (al norte del Tchad, principalmente en el Sahara central), donde los forjadores son desdeñados y forman una clase de parias endógamos (Baumann, pp. 283, 431).
Los Wa-Ndorobos
Los Wa-Ndorobos (nilotas camiticos, cazadores) desprecian igualmente a los forjadores: éstos no gozan de ningún derecho legal en la comunidad e incluso pueden ser condenados a muerte por sus superiores (Cline, p. 114).
Sus vecinos, los Massai (nilotas camiticos, nómadas, ganaderos), dejan la fusión del hierro y el trabajo de la forja a los Il-Konnonos, una casta muy despreciada (Baumann, p. 259). Seg Según la creencia de los Massai, «la vecindad de un kraal de forjador entraña el riesgo de atraer la muerte, la enfermedad u otras diversas desgracias a un kraal normal.
El hombre que cohabite con una mujer perteneciente a la casta de los herreros perderá la razón, engendrará hijos inválidos o morirá en la próxima incursión.
Ol kononi (herrero) es un término injurioso cuando se aplica a un individuo que no lo es; pronunciar esta palabra después de la puesta del sol significa atraerse los ataques nocturnos de los leones o de los enemigos humanos.
El mismo oficio del herrero es impuro» (Cline, p. 114). Volvamos a las poblaciones africanas donde el herrero es enaltecido.
Entre los Wa Tchaggas (bantúes camiti-zados, agricultores) los herreros son temidos y honrados a la vez. La medalla tiene por otra parte su reverso en lo que concierne al matrimonio. «No es conveniente dar una hija aun herrero, porque se expone a un gran peligro al divorciarse.
Si el divorcio resulta inevitable, el herrero puede inmunizar a su mujer frotándole el cuerpo con manteca en presencia de su madre o de otra mujer testigo —lo que recuerda el método utilizado por los Massai para quitar la contaminación del herrero por un objeto nuevo de hierro— y ofreciéndole un bastón antes de pronunciar el divorcio.»
El martillo
El martillo contiene una especialísima potencia. Antes de comenzar a forjar un martillo el herrero recibe de su cliente un macho cabrío y una cierta cantidad de cerveza.
Es sobre todo, gracias a su martillo, como puede golpear mágicamente a un ladrón o a un enemigo personal12. Los herreros, en términos generales, no ponen sus poderes al servicio de la magia negra, y muchos gozan de renombre como chamanes bienhechores.
El hierro hace eficaces a los amuletos y es además un excelente medicamento. Las mujeres de los Wa Tchaggas occidentales llevan anillos de hierro en torno al cuello, a los brazos, pues se supone que estos objetos dan fertilidad y sirven para curar a los niños enfermos (Cline, p. 116).
Entre las gentes de Katanga (círculo cultural congolés del Sur), los que trabajan los metales constituyen una sociedad religiosa secreta (Bwanga), que implica una iniciación y un culto específico (Cline, p. 119).
Los BaYeke
El maestro fundidor de los BaYeke (tribu Nyamwezi, círculo congolés del Sur) colabora con un chamán; entre los Bailas (agricultores, círculo zambeziano) el «iron doctor» supervisa la operación de la fusión (Cline, p. 120).
En el Congo meridional los herreros forman una hermandad hereditaria, «cuyos miembros gozan de un estatuto social casi igual al de los chamanes y se hallan bajo la dirección de maestros llamados tanto ocim banda, hechicero (witeb-doctor), como ocivinda, herrero» (Cline, p. 122).
Entre los Mosengeres y los BaSakatas (círculo congolés del Sur), el maestro herrero es generalmente el fundador del pueblo y su oficio es hereditario (Cline, p. 124).La identidad de funciones de herrero y jefe.
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