
Funeral y entierro en la antigüedad de distintos clanes Igbo del este
Cristianos en su mayoría hoy, todos los igbo guardan en su acervo buena parte de sus antiguas tradiciones. Tradiciones que varían como varían sobre todo sus dialectos, por eso y aunque hablamos de muerte y entierro, algo común, sí hay diferencias entre unos y otros grupos aunque precisas.
Con anterioridad a la llegada de los europeos y la implantación de sus religiones, los Igbo ya practicaban cultos a los antepasados basados en ofrendar dones a los espíritus de los fallecidos para que estos mediaran ante el Ser Supremo, y que este proveyera de fertilidad y de solución a lo que por sí mismos no encontraban. Entre ellos la muerte, y la función del espíritu del muerto previa a la reencarnación, a lo que responde con ceremonias especiales para tal causa.
Por ejemplo, entre algunos Igbo de la región de Kalabari, al morir una persona importante de la comunidad llevaban su cuerpo a un recinto funerario especial, el Oto Kwbu, para ser lavado.
Okuru
Esto conllevaba una esmerada y detallada ceremonia en la que se utilizaba un recipiente especial con agua y telas, telas que nunca debían rozar la tierra. Allí, las hermanas del difunto ataban un paño de luto u Okuru, alrededor de su cintura y sus esposas legales lo vestían con telas específicas.

El entierro Igbo
Luego los hijos y hermanos llevaban el cadáver a un cuarto donde estaban las urnas de sus antepasados, Wari Kubu, donde depositaban el cadáver sobre una cama. La familia y amigos le mostraban respeto lamentándose y tocando tambores para indicar a los antepasados que él se les uniría pronto. Entonces las esposas legales se sentaban alrededor del cuerpo, en orden cronológico de matrimonio, cada una portando una hoja de cuchillo rota.
Las hijas legales y hermanas se sientan, en orden de edad, formando dos columnas a ambos lados del difunto. Otros jefes traen regalos y la fiesta fúnebre se prolonga durante toda la noche entre cantos y lamentaciones. Luego la primera viuda y sus hijos dirigen la ceremonia fúnebre, Kala Ekkpe Siaba, en la que cantan y tocan tambores, en honor del jefe.
Durante esta parte final cada esposa se retiraba a un pequeño cuarto donde se pintaba cara y cuerpo con tinte negro poniéndose ropas de luto. Un día, previamente señalado, cada esposa preparaba tres platos de comida, que debía ofrecer a los parientes que la visitaban ofreciéndole sus condolencias. En esa visita cada esposa debía entonar una canción alusiva a su fallecido marido y que hubiera compuesto, recordando gratos momentos. Llevarían luto durante diez meses.
Aro Chuko
Las viudas y mujeres cercanas vestirían paños de Okuru y tocado blanco, mientras que a las de segundo grado parental les bastaba con el tocado blanco; los hombres llevaban gorro azul. Mujeres y hombres se rasuraban la cabeza, excepto las viudas, que no debían cortarse el pelo ni cubrir su cabeza los siguientes diez meses.
Al finalizar el luto hacían una peregrinación a Aro Chuko, donde se enterraba a los jefes. Junto al cadáver se enterraban su ropa, abalorios y otros adornos, su plato y útiles de comer y su pipa, tabaco y licor preferido; sobre la tumba se deposita una olla, en que durante ese tiempo y cada ocho días se le ofrecía comida al difunto o Fene Bene.
Durante el entierro las mujeres no debían llorar para que el espíritu dejara apaciblemente la vida. Si una mujer lloraba, debía sacrificar una cabra o ave a los pies del cadáver para purificar la mancha de sus lágrimas. Se disparaban armas de fuego para anunciar al mundo de los difuntos que el jefe estaba llegando.
Kopinai
Diez meses después del entierro Igbo, se celebraba otra ceremonia, Kopinai. Consiste en una gran fiesta en la que se ofrecen diversas comidas y bebida. Para el ceremonial un miembro de cada linaje debe vestir a la europea y hablar sólo en inglés. Mostrando así que el jefe muerto, ahora es:
“…tan importante como para cenar con hombres blancos en el mundo de los espíritus”.
Cuando la familia pudiera permitírselo, a menudo meses o años después, remozaban la tumba o Peri para que se viera lustrosa, festejándolo con un desfile de canoas. Para el desfile, la familia recibía en secreto un Alusi, una efigie tallada en madera representando al difunto, que debía mantenerse oculta los cuatro días que duraba el desfile de canoas; al cuarto día se escenificaba una batalla en que ganaba la familia, tras lo que ya se mostraba a todos la efigie, ensalzando al difunto como vencedor de esa última batalla.
Tras esto la imagen se depositaba entonces en una urna, Arua, que contenía imágenes de los antepasados o Nduen Fobara y se hacía otra fiesta para el retorno, simulando una reencarnación, de la imagen. En cada una de estas ceremonias, la familia y amigos ofrecían regalos para que la familia comerciara con ellos y pudiera hacer frente al pago de los gastos del funeral.
Entierro de los jefes Igbo
En otros tiempos, las ceremonias de entierro de los jefes Igbo eran acompañadas de sacrificios sangrientos. El lavado del cuerpo del jefe por la familia se hacía directamente donde iba a ser enterrado. Luego ponían el cuerpo en una mesa y lo cubrían con telas, cordales, hojas de palma del día y sal, simbolizando el renacer.
La hija de más edad, cantando y bailando, iniciaba una procesión alrededor del muerto, seguida por la familia o Umu nna, donde los hijos arrastraban con una cuerda un perro escogido por su poder de clarividencia y su capacidad para huir de los peligros, seguidos por allegados y amigos.
Dan vueltas por la plaza del mercado, donde está situado el cadáver, pero ahora en medio de una enfebrecida canción Egwu awuru, entonada por hombres, con letra que habla de solidaridad y compañerismo; tras dar la vuelta a la plaza, entonando aún la canción, el adivino y matarife ritual corta la cabeza del perro con un cuchillo y los hijos dibujan un círculo alrededor del cadáver con su sangre, en una ceremonia llamada Iwa nkita anya, mientras, enervados los hombres, alzan el tono y aceleran el tempo de la canción de Egwu awuru diciendo:
Oh !! Anyị ga-ahapụ ikuku bụ ọrụ – anyị iji tụfuo mgbu – anyị na ikuku
“Ayes!! lanzaremos al aire, es nuestro deber, lanzaremos nuestro dolor al aire”
De cortante y onomatopéyico fraseado, esta canción está estructurada para reafirmar con su sonido lo enérgico y relevante de la acción.

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