
La Iniciación
Para los Igbo la Iniciación comenzaba al nacer. Era determinante la pertenecencia familiar, estar acogido a su patrilinaje. Esto marcaba el buen desarrollo ético y social del individuo y su compromiso con la comunidad. Ese patrilinaje era el que agrupaba al padre, hermanos, familia próxima y todo aquel cuya ascendencia pudiera ser rastreada hasta un ancestro común. Por eso el matrimonio era esencial, pues sin él no existiría ninguna genealogía que rastrear.
El patrilinaje conllevaba patrones de conducta tradicionales que pervivían durante generaciones. Consolidado otorgaba poder y prestigio, regulaba conductas premiando o sancionando e integraba así a la familia que caminaba unida buscando el objetivo común de mejora.
Esto se inculcaba al niño desde que comenzaba a andar, pues desde los juegos y risas quedaba impregnado de las peculiaridades familiares que a su vez estaban integradas en la sociedad comunitaria en que sus mayores se movían. El respeto, educación, costumbres y tradiciones que el ñiño vivía, forjaban su carácter y le conducían a convertirse poco a poco en un ciudadano bien integrado y por tanto valorado en su sociedad. Máxime, sabiendo que cualquier controvertida actuación impuesta por extraños, podía sobrevenir intentando descarrilar su integridad.
La sociedad tradicional Igbo
Eran conscientes de que esos primeros años fundamentaban la socialización que el niño absorbería de su familia, y teniendo a esta al completo, percibiría sin esfuerzo que hay modos, pero solo una manera de proceder la que asienta al individuo y que le proporcionará, si lo necesita, el apoyo de la familia y su sociedad.

Niños enmascarados preparadose entre juegos a su iniciación. |
Luego, con esas bases, consolidar al joven iniciado en el respeto a sus mayores, la obediencia, disciplina, el trabajo y diligencia, lealtad y honestidad sería un trabajo más fácil. Creo que esto es un patrón común de la Humanidad, que paticularizado, a veces, nos parece de extraordinario sentido común.
La sociedad tradicional Igbo se apoyaba en rituales, entendiendo esto como costumbres, como aquí lo son llevar un niño al colegio. Parece que nos gusta al hablar de antropología utilizar sinónimos que nos alejan de la realidad. Pues bien estos rituales, aquí costumbres, abarcaban el curso de la vida del individuo desde su nacimiento hasta su defunción, nada nuevo si no lo decoramos con sinónimos. Y si los de iniciación suenan a algo nuevo los de defunción también lo eran, pues se trataba de introducir al individuo en una nueva dimensión, lo que más adelante veremos. Ellos dicen:
“La iniciación no es una decisión personal, es algo que la comunidad exige al individuo”.
Y no pasar la inciación tenía consecuencias que catalogaban al ‘rebelde’ casi como a un paria. Era una muerte social, pues nadie lo admitiría en ningún círculo, y sería ignorado, sin a dónde acudir ni a dónde ser, tachado de ignominioso ni logros fuera de lo común le redimirían. Si los ‘rituales’ eran el cauce tradicional para convertir al individuo en una parte de la sociedad, los misioneros blancos vieron aquello como contrario a su visión cósmica, necesaria para su propia convicción, sin plantearse tan siquiera si eran útiles, imponiendo paulatinamente sus ‘rituales’.
Rituales
Costumbres al fin, unas y otras, pero que el interés del logro conseguido, con la fuerza que no la persuasión, hacía prevalente. Casi todos los que involucraban a los jóvenes en las pequeñas aldeas, se vieron socavados y finalmente eliminados, al sonido del tañido de grandes campanas, alguna camisa o zapatos y la imposición colonial.


Igbo máscara de Ofogu, mesura en la palabra, iniciación de niños, Etiti Ama en Nkoporo G.I, Jones sobre 1930 Ofugu es un hermoso pájaro de largo pico y bello plumaje que tiene un canto dulce y claro de llamada, con el se enseña a los iniciados, y se recuerda al resto, el valor de la palabra, que tiene que ser amable, precisa y dulce | Igbo máscara Nwanyi Oma o la ‘mujer hermosa’, iniciación de niños, Etiti Ama, Nkoporo. G. I James sobre 1930 Para los niños la ‘hermosa mujer’ es aquella que le escucha y cuida, más que la tan solo bella. Son niños que piensan en su madre aunque bailen ahora lo que bailaran luego, otras máscara ya de adultos de ‘hermosa mujer’, buscando o recordando a esa mujer, también hermosa, con la que quiere casarse, porque le escucha y cuida como su madre. La máscara, llena de simbología, muestra dos caras unidas por un rombo, en casi toda África el espíritu, con ojos, y dibujos Nsibide. Luce un precioso vestido tal vez hecho para la ocasión, que representa la hermosura de su madre. Jones realizó una gran cantidad de fotos entre los pueblos del sur de Nigería, moviéndose siempre desde territorio Igbo. Entre ellas unas 40 sobre la iniciación de niños. Es fácil acceder a sus archivos con tan solo poner sus nombre por lo que insertamos aquí algunas como muestra. |
Mary Steimel Duru
Mary Steimel Duru, 1980, sentenció:
“Con la llegada de los misioneros, las ceremonias fueron desapareciendo, adaptándose a las ceremonias cristianas. Aunque algunos al ser preguntados, dijeron que aunque los rituales habían cambiado, no era así con el fondo de lo que significaban”.
Aunque residuales, aun perduran algunos como los de paso de pubertad; acceso a sociedad de máscaras; los de sociedades secretas nocturnas masculinas que recorren enmascarados las aldeas imponiendo el orden; de matrimonio; membresías u otros títulos, y de funerales.
Aún hoy algunos de estos rituales tradicionales, como los que rodean a las mascaradas, son secretos y hay severas sanciones para quienes revelen los entresijos del ritual o las identidades de los miembros.
Y es muy peculiar mirar cómo fue por ejemplo tomar un título ayer, y en qué se ha convertido hoy. Un título sigue siendo algo importante en la sociedad Igbo, y prevalece sobre todas la sociedad Ozo, para nada secreta sino todo lo contrario.
Sociedad Ozo
Ser un Ozo, denota hoy un logro importante que aporta estatus al poseedor, capacidad de liderazgo, asumir responsabilidades en su entorno particular e importante en la vida del pueblo.
Los titulares de Ozo, actuando como grupo, son la máxima autoridad en la comunidad.
Solo pueden acceder a este título los hombres de cierta edad que además hayan conseguido el respeto de sus conciudadanos.
Durante décadas, las Iglesias cristianas prohibieron la pertenencia a sociedades secretas incluido estar adscrito o ser títular de Ozo. Esto se tradujo en mútiple conflictos, pues chocaba de frente con la regulación de los pueblos y las aldeas y para muchas personas atentaba contra su propia razón cultural de ser. Desde hace algunos años, las iglesias han ido permitiendo la pertenencia a Ozo interpretando que sus socios ya no se amparan en antiguas creencias religiosas.
Eso ayer, y hoy, pero se incremeta día a día la fascinación por los títulos, que sin menoscabar al de Ozo, sí compiten con él. Ahora es importante lucir cualquier símbolo que diga:
“Soy abogado, médico, ingeniero, y sobresaliente si se es Reverendo Padre o Madre, y dicen que incluso vale el de soy Seminarista”.
Congregaciones religiosas
No está claro si es simple ego o encierra algún aporte crematístico, pero sí parece fructífero para las congregaciones religiosas o para las iglesias en sí.
Es prevalente entre los católicos, con gran influencia de ‘Los Carismaticos’, la pertenencia a determinadas organizaciones como al:
“Consejo Parroquial; Grupo de Rosario de Bloques; Legión de María; Organización Católica de Mujeres o de Hombres; Renovación Carismática; Asociación de Monaguillos en que participan todos los niños; Y claro esto parte de la ayuda ‘desinteresada’ de laicos que a su vez están vinculados a asociaciones como los Caballeros y Damas de Santa Mulumba, Caballeros de San Juan o Cofradía de Nuestra Madre de Ayuda Perpetua”.
Estos enfoques culturales nacido alguno sobre los años 30 del siglo XX, aportaron distintos enfoques a las realidades que se daban en el País Igbo, viéndose como se incrementaban los seminarios, de los que salían numerosos sacerdotes y monjas, titulados como tal, consiguiendo el prestigio de pertenecer a un poderoso grupo.
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