
Primero advertir que no soy experto en nada y menos en esto.
Tras mucho leer e investigar voy a intentar resumir lo mejor que pueda algo que me ha interesado profundamente, primero por las obras vistas en metal de los distintos pueblos africanos y en este caso al que se dedica este trabajo, los dogón,.
Segundo porque tras vislumbrar, me es imposible profundizar por desconocimientos técnicos, sobre este apartado, en el que reconozco que el proceso es increíble.
No es de extrañar el poder y respeto que merecidamente se tiene a los herreros.
Creo que primero hay que hacer un colorario sobre la metalurgia, aunque incidiendo en el continente africano.

Los herreros Dogón
Imaginemos una estrella fugaz, tan móvil, que en un deslumbrante parpadeo cae ante nosotros entre un silbeante pero atronador zumbido, pavorosas llamas y una impresionante fumarola que nos advierte de la escasa distancia donde ha caído.

Ahora el hecho en sí nos asustaría, aunque sabemos de qué se trata; pensemos esa misma situación, si somos capaces, en los prolegómenos de nuestra era, hace tres mil años por no retrotraernos más.
Los meteoritos debían causar pasmo y tras esto incertidumbre.
Mil una preguntas debieron sobrevenir sobre los observadores. No sé cuánto tiempo pasaría entre esas primeras situaciones, el miedo al incendio que me imagino ocasionarían y el que alguien se atreviera a acercarse y mirar aquello que había venido del cielo.
Lugar donde residía lo Sagrado.
En ciertas culturas es probable que se imaginasen castigos divinos, peleas entre dioses o un regalo por la adoración del dios, ahí intervendría, en cualquiera de ellas, el medrador de turno.
Sacralidad celestial
Lo cierto es que llegaban a la tierra, cargados de sacralidad celestial, pasando posiblemente a ser uno de los primeros objetos a los que se rindiera culto.
Los expertos dicen que de ahí procede muy probablemente el culto profesado a tantos meteoritos o incluso su identificación con una divinidad, perciben en ellos la primigenia forma de lo divino, junto al miedo al no saber ni entender.
Dado que la Tierra era la Diosa Madre Nutricia, cualquier cosa que la hendiera tenía un componente masculino, los lugares donde se hallaban los meteoritos creíase que habían sido escogidos por la Divinidad enviado con su arma, el rayo.
Parece ser que en algún momento, el ser humano se atrevió a manipularlo o tras una caída, vio que se partía dejando ver una especie de cascara que envolvía un núcleo, una almendra más brillante fría y extremadamente dura, que utilizó como herramientas similares a hachas, martillos o puntas de flechas, cosas que también penetraban en la tierra.
Los meteoritos y los rayos
Como los meteoritos y los rayos, estos útiles simbolizaban la unión entre el cielo y la tierra.
La esencia masculina de los meteoritos les era indiscutible, pues ciertos sílex y herramientas neolíticas han recibido de los hombres de épocas posteriores el nombre de ‘piedras de rayo’, ‘dientes de rayo’ o ‘hachas de Dios’.
En contrapartida otros muchos símbolos y apelativos asimilaban la tierra con la mujer. Platón ya recordaba en ‘Menex, 238 a’ que en la concepción la mujer es la que imita a la tierra, y no a la inversa.
El hierro meteórico es utilizado por los ‘primitivos’ mucho tiempo antes que los minerales ferrosos terrestres. Por otra parte, es sabido que antes de descubrir la fusión, los pueblos prehistóricos trataban a ciertos minerales lo mismo que si fueran piedras; es decir, los consideraban como materiales idóneos para la fabricación de objetos líticos.
Hasta los que nada sabemos, sabemos de la gran raigambre del hierro en África.
El arqueólogo francés Gérard Quéchon comenta con acierto:
“El hecho de tener raíces no supone afirmar que sean más profundas que las de los demás… porque lo importante en sí no es que la metalurgia africana sea la más reciente ni la más antigua”.
“Además, si algún día nuevos hallazgos demuestran que la siderurgia se difundió desde otro foco primigenio, África no sería ni mejor ni peor por ese motivo”.
África creó su propia siderurgia tres mil años antes de la era cristiana.
La metalurgia del hierro
Esta es la conclusión a la que se llega en el libro “Aux origines de la métallurgie du fer en Afrique”, “Los orígenes de la metalurgia del hierro en África”, un monumental trabajo científico recién publicado por las Ediciones de la UNESCO, en el que se echan por tierra muchos prejuicios y que los interesados deben leer.
La metalurgia del hierro no llegó a África desde el Asia Meridional, a través de Cartago o de Meroe, como se ha afirmado durante mucho tiempo.
La tesis de su importación, muy impregnada de la ideología colonial, se está tambaleando ante los nuevos descubrimientos científicos que parecen corroborar la existencia de uno o varios focos de invención de la siderurgia en África Occidental y Central, así como en la región de los Grandes Lagos.
Los hechos son elocuentes. Las dataciones efectuadas en los años ochenta en Termit, Níger Oriental, atestiguaron que el trabajo del hierro se remontaba a 1.500 años antes de Jesucristo, mientras que en Túnez o en Nubia sólo hizo su aparición en el siglo VI de nuestra era.
Al oeste de Termit, en la localidad de Égaro, la fecha establecida es mucho más temprana: más de 2.500 años antes de Jesucristo, lo cual hace que la siderurgia africana sea contemporánea de la del Oriente Medio.
El hierro de yacimientos
Hablando de África, no podemos dejar de hacer un resumen, el tema es sumamente complejo y para especialistas en ese tema concreto, sobre el origen de la metalurgia del hierro en el antiguo Egipto.
Durante un tiempo bastante largo los egipcios no conocieron más hierro que el proveniente de meteoritos.
El hierro de yacimientos no parece haber sido utilizado en Egipto antes de la XVIII dinastía y el Nuevo Imperio, del 1550 al 1259 aC., según Forbes, p. 429.
Es cierto que se hallaron objetos de hierro terrestre entre los bloques de la Gran Pirámide, 2900 a. de J. C., y en una pirámide de la VI dinastía en Abidos, pero no está claro que su procedencia fuera egipcia.
El término biz-n.pt., es con el que se denomina al ‘hierro del cielo’ o, más exactamente, ‘metal del cielo’, indicando su procedencia meteórica.
Aunque hay quien afirma que esta denominación se aplicó en primer lugar al cobre; véase Forbes, p. 428.
Los Hititas
Parece que los Hititas pasaron por lo mismo; un texto del siglo XIV aC., determina que los reyes hititas utilizaban ‘el hierro negro del cielo’ según Rickard, en Man and Metals, I, p. 149.
No obstante, no hay que pensar que esta utilización de material ferroso meteórico fraguara una edad del hierro, pues tampoco era fácil encontrarlo ni el existente lo era importante cuantitativamente, por eso en sí era tan preciado como el oro, y se usaba casi de forma exclusiva en rituales.
Fue necesario el descubrimiento de la fusión de los minerales para inaugurar una nueva etapa en la historia de la Humanidad, la edad de los metales.
La metalurgia del hierro
Esto es verdad, sobre todo en lo referente al hierro. A diferencia de la del cobre y del bronce, la metalurgia del hierro se industrializó con rapidez.
Una vez descubierto o conocido el secreto de fundir los minerales de hiero más comunes y abundantes, la magnetita, negro profundo y brillante o la hematites, conocida como ‘piedra de sangre’ por su color rojizo, ambas como decían y dicen los dogón, el matrimonio perfecto.
Pues la negra se encuentra incluso sobresaliendo de la tierra y es dura, mientras que la otra está en lo profundo, cavando, es roja y más blanda, no hubo ya dificultades para procurarse grandes cantidades de metal, ya que los yacimientos eran bastante ricos y bastante fáciles de explotar.
Hierro terrestre
Pero el tratamiento del hierro terrestre en nada asemejaba al del hierro meteórico, difiriendo asimismo de la fusión del cobre o del bronce.
Fue tras el descubrimiento de los hornos, y sobre todo del reajuste de la técnica del endurecimiento del metal llevado al rojo vivo, cuando el hierro adquirió su posición predominante.
Los comienzos de esta metalurgia, en escala industrial, pueden fijarse hacia los años 1200 al 1000 aC., localizándose en las montañas de Armenia.
Partiendo de allí, el secreto se expandió por el Próximo Oriente a través del Mediterráneo y por la Europa central, si bien, como acabamos de ver, el hierro, ya fuese de origen meteórico o de yacimientos superficiales, era conocido ya en el III milenio aC., en Mesopotamia, lugares como Tell Asmar, Tell Chagar Bazar y Mari; en el Asia Menor en Alaca Hüyük y probablemente en Egipto, nos dice Forbes, pp. 417 y ss.
Hasta mucho después el trabajo del hierro siguió fielmente los modelos y estilos de la edad del bronce, del mismo modo que la edad del bronce prolongó la morfología estilística de la edad de piedra.
El hierro aparece entonces en forma de estatuillas, ornamentos y amuletos.
Durante mucho tiempo conservó un carácter sagrado que, por otra parte, aún sobrevive entre no pocos ‘primitivos’.
Ahora bien, este hecho tuvo consecuencias importantes.
La sacralidad telúrica
Junto a la sacralidad celeste, inmanente a los meteoritos, nos encontramos ahora con la sacralidad telúrica, de la cual participan las minas y los minerales.
Como es natural, la metalurgia del hierro se benefició de los descubrimientos técnicos de la del cobre y el bronce.
Es sabido que desde el período neolítico, del VI al V milenios, el hombre utilizaba esporádicamente el cobre que podía encontrar en la superficie de la tierra, pero le aplicaba el mismo tratamiento que a la piedra y al hueso, lo que quiere decir que ignoraba las cualidades específicas del metal.
El cobre
Fue solamente más tarde cuando se comenzó a trabajar el cobre calentándole, y la fusión propiamente dicha sólo se remonta a los años 4000 al 3500 aC., en los períodos de Al Ubeid y Uruk.
Pero aún no cabe hablar de una ‘edad del bronce’, ya que la cantidad que se producía de dicho metal era muy pequeña.
Esta generalidad que al establecerse en Europa impera, no se da en África, donde de la piedra se salto primero al hierro antes que al bronce, aunque las cuestiones técnicas si se dieron de igual manera.
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