
Primero advertir que no soy experto en nada y menos en esto.
Tras mucho leer e investigar, voy a intentar resumir lo mejor que pueda algo que me ha interesado profundamente, primero por las obras vistas en metal de los distintos pueblos africanos.
Segundo porque tras tan solo vislumbrar, me es imposible profundizar por desconocimientos técnicos, reconocer que encierra aspectos increíbles.
Yo también hubiera pensado que esos objetos provenían si no de los atalantes, sí de civilizaciones tecnológicamente más avanzadas, antes de conocerlos jamás hubiera imaginado estuvieran manufacturados en el continente africano.

Los Herreros africanos
No es de extrañar el poder y respeto que merecidamente se tiene a los herreros.
Permitidme primero hacer un colorario sobre la metalurgia, aunque incidiendo en el continente africano.
Imaginemos una estrella fugaz, tan rauda, que en un deslumbrante parpadeo cae ante nosotros entre un silbeante pero atronador zumbido, pavorosas llamas y una impresionante fumarola que nos advierte de la escasa distancia donde ha caído.

Ahora el hecho en sí nos asustaría, aunque supiéramos de qué se trata.
Pero pensemos esa misma situación, si somos capaces, en los prolegómenos de nuestra era, hace tres mil años por no retrotraernos más.
Los meteoritos debían causar pasmo y tras esto incertidumbre.
Mil una preguntas debieron sobrevenir sobre los observadores.
No sé cuánto tiempo pasaría entre esas primeras situaciones, el miedo al incendio que me imagino ocasionarían y el que alguien se atreviera a acercarse y mirar aquello que había venido del cielo
En ciertas culturas es probable que se imaginasen castigos divinos, peleas entre dioses o un regalo por la adoración al dios, ahí intervendría, en cualquiera de ellas, el medrador de turno.
Lo cierto es que llegaban a la tierra cargados de sacralidad celestial, pasando posiblemente a ser uno de los primeros objetos a los que se rindiera culto.
Los expertos dicen que de ahí procede muy probablemente el culto profesado a tantos meteoritos o incluso su identificación con una divinidad, perciben en ellos la primigenia forma de lo divino, junto al miedo al no saber ni entender.
La Tierra
Dado que la Tierra era la Diosa Madre Nutricia, cualquier cosa que la hendiera tenía un componente masculino, los lugares donde se hallaban los meteoritos creíase que habían sido escogidos por la Divinidad enviados con su arma, el rayo.
Parece ser que en algún momento, el ser humano se atrevió a manipularlo o tras una caída, vio que se partía dejando ver una especie de cáscara que envolvía un núcleo.
Una almendra más brillante fría y extremadamente dura, que utilizó en fabricar herramientas similares a hachas, martillos o puntas de flechas, cosas que también penetraban en la tierra.
Meteoritos
Como los meteoritos y los rayos, estos útiles simbolizaban la unión entre el cielo y la tierra.
La esencia masculina de los meteoritos les era indiscutible, pues ciertos sílex y herramientas neolíticas han recibido de los hombres de épocas posteriores el nombre de ‘piedras de rayo’, ‘dientes de rayo’ o ‘hachas de Dios’.
En contrapartida otros muchos símbolos y apelativos asimilaban la tierra con la mujer.
Platón ya recordaba en ‘Menex, 238 a’ que en la concepción la mujer es la que imita a la tierra, y no a la inversa.
Hierro meteórico
El hierro meteórico es utilizado por los ‘primitivos’ mucho tiempo antes que los minerales ferrosos terrestres.
Por otra parte, es sabido que antes de descubrir la fusión, los pueblos prehistóricos trataban a ciertos minerales lo mismo que si fueran piedras; es decir, los consideraban como materiales idóneos para la fabricación de objetos líticos.
Hasta los que nada sabemos, sabemos de la gran raigambre del hierro en África.
El arqueólogo francés Gérard Quéchon comenta con acierto:
Gérard Quéchon
“El hecho de tener raíces no supone afirmar que sean más profundas que las de los demás… porque lo importante en sí no es que la metalurgia africana sea la más reciente ni la más antigua”. “Además, si algún día nuevos hallazgos demuestran que la siderurgia se difundió desde otro foco primigenio, África no sería mejor ni peor por ese motivo”.
Nicole Boivin
Nicole Boivin, directora del Instituto Max Planck de Alemania para la Ciencia de la Historia Humana, hace doce años viajó a Kenia, a Panga ya Saidi, a una red de cuevas en el Valle del Rift, a menos de 10 millas de las costas del Océano Índico.
Boivin pretendía desentrañar aspectos sobre las rutas comerciales establecidas por los africanos orientales hace 2.000 años.
En estas cuevas de la costa de Kenia encontró datos que hablan de poblaciones asentadas desde mediados de la Edad de Piedra hasta la Edad del Hierro.
En el primer nivel de excavación encontraron piezas de hierro de entre el 200 al 1000 de n.e.
Según fueron acotando en capas más profundas encontraron muestra de cambios graduales en innovaciones culturales, tecnológicas y simbólicas que comenzaron hace 67.000 años.

3ª Excavación de Panga ya Saidi, Kenia. Foto: Mohammad Shoaee
Siderurgia africana
África creó su propia siderurgia tres mil años antes de la era cristiana.
Esta es la conclusión a la que se llega en el libro:
Aux origines de la métallurgie du fer en Afrique
“Aux origines de la métallurgie du fer en Afrique”, “Los orígenes de la metalurgia del hierro en África”,
un monumental trabajo científico recién publicado por las Ediciones de la UNESCO, en el que se echan por tierra muchos prejuicios y que los interesados deben leer.
Télé Nugar
Es poco conocido, que milenios antes de n.e., en África, ya se dominaba la técnica para transformar el mineral de hierro en metal.
Y menos aún que antes de la colonización ya existieran galerías subterráneas a gran profundidad, de las que se extraía el mineral ya de manera industrial.
Como las minas de hierro de Télé Nugar desde hace siglos abandonadas, que fueron descubiertas en 1911 por el General Dérendinger.
Discurren por túneles de más de 1 km a las que se accede por varias bocas y que desembocan en grandes cámaras de hasta 22 por 10 metros. Se sabe que fueron excavadas en época precolonial, pero no ha sido hecha, aún, una datación precisa.
Pocos saben que los africanos construían, antes de la colonización, por tanto antes de la producción industrial en Europa, hornos para reducir el mineral que podían tener hasta más de 6 metros de altura.
También es poco conocida la importante función que cumplía el herrero en las sociedades africanas ni la que desempeñó el hierro, como valor económico, en la construcción de las metrópolis del África en la edad antigua.

La metalurgia del hierro
La metalurgia del hierro no llegó a África desde el Asia Meridional, a través de Cartago o de Meroe, como se ha afirmado durante mucho tiempo.
La tesis de su importación, muy impregnada de la ideología colonial, se tambalea ante los recientes descubrimientos científicos que parecen corroborar la existencia de uno o varios focos de actividades siderúrgicas en África Occidental y Central, así como en la región de los Grandes Lagos.
Los hechos son elocuentes.
Las dataciones efectuadas en los años ochenta en Termit, en Níger Oriental, aventuraron que el trabajo del hierro se remontaba a 1.500 años antes de Cristo.
Mientras que en Túnez o Nubia hizo su aparición en el siglo VI de nuestra era. Ya en el siglo XXI, datas hechas al oeste de Termit Tintoumma, en Égaro, Nigeria,
Las pruebas atestiguan una época mucho más temprana: más de 2.500 años antes de n.e., lo que remite a que la siderurgia africana es coetánea a la del Oriente Medio.
Hablando de hierro y África, no podemos dejar de resumir el origen y proceso metalúrgico del hierro en el antiguo Egipto, conscientes de lo especializado y complejo de este tema concreto.
Durante largo tiempo los egipcios no supieron de otro hierro que no proviniera de meteoritos.
La Gran Pirámide
El hierro de yacimientos no parece haber sido utilizado en Egipto antes de la XVIII dinastía y el Nuevo Imperio, del 1550 al 1259 aC., según R.J. Forbes, p. 429.
Ciertamente los objetos de hierro encontrados entre los grandes sillares de la Gran Pirámide, 2900 a.C., y en otra de la VI dinastía en Abidos, provenían de hierro terrestre, aunque no está claro que su origen fuera egipcio.
biz n pt
En esa época los egipcios lo llamaron ‘biz n pt’, literalmente ‘metal del cielo’, pues el fulgor que emitían al entrar en la atmósfera permitía ver caer del cielo los meteoritos que se incrustaban en la tierra.
Este metal celeste era más rico en níquel que el hierro terrestre, dotándole de más flexibilidad y resistencia, y se le dio más valor que a las gemas o el oro. No fue sino hasta el 2.500 a.C. que los mineros comenzaron a extraer el hierro de la tierra, e incluso llevó cientos de años depurar el precioso mineral y manufacturarlo.
Man and Metals
Forbes, p. 428, afirma que el término biz n pt se aplicó en primer lugar al cobre. Rickard, en ‘Man and Metals’, I, p. 149, nos dice que:
Rickard,
“Los Hititas lo hicieron igual; un texto del siglo XIV aC., apunta que sus Reyes utilizaban el hierro negro del cielo”.
No debe creerse que la utilización de este meteórico material ferroso propiciara una edad del hierro, pues ni era fácil de encontrar ni el existente abundaba, por eso era tan preciado como el oro y casi de uso exclusivo en rituales.
Industrialización
Tuvo que descubrirse, posiblemente ante meteoritos candentes, la fusión de los minerales para dar entrada a una nueva era de la Humanidad, la de los metales.
Sobre todo en lo referente al hierro. A diferencia de la del cobre y del bronce, la metalurgia del hierro se industrializó con rapidez, una vez desvelado y difundido el secreto de fundir los minerales de hierro más comunes y abundantes, como el brillante negro de la magnetita, o el rojizo de la ‘piedra de sangre’ o hematita.
Matrimonio perfecto, como decían y dicen los dogón, pues la negra se encuentra incluso sobresaliendo de la tierra y es dura, mientras que la otra, roja y blanda, está en lo profundo, cavando.
Dado que los yacimientos eran ricos y fáciles de explotar no hubo ya dificultades para obtener cantidades de metal suficientes.
Fundir hierro
Fundir hierro proveniente del cielo, nada tenía que ver ni con el terrestre, ni con los sistemas de fundir cobre y mucho menos bronce.
Tuvo que llegar el horno y la posibilidad calórica de llevar el metal al rojo vivo, para que con el endurecimiento que así se conseguía el hierro se posicionara en la cumbre utilitaria de los metales.
Montañas de Armenia
Las evidencias dicen que fue en las montañas de Armenia, sobre el 1200 al 1000 aC., donde la metalurgia a escala industrial se dio primeramente.
Forbes, pp. 417 y ss, nos dice que:
Forbes
“De allí, el secreto se expandió por el Próximo Oriente a través del Mediterráneo y por la Europa central, si bien, como acabamos de ver, el hierro, ya fuese de meteórico o de yacimientos superficiales, era conocido ya en el III milenio aC., en Mesopotamia, lugares como Tell Asmar, Tell Chagar Bazar y Mari; en el Asia Menor en Alaca Hüyük y probablemente en Egipto”.
Así como la Edad de Piedra estuvo largo tiempo impregnando con sus estilos la Edad del Bronce, esta supeditó del mismo modo la del hierro.
Emergió el hierro así, dando paso a nuevas formas en estatuillas, ornamentos, amuletos y útiles.
Tuvo, y lo conserva aún en algunos ámbitos, carácter sagrado por su procedencia celestial y lo exotérico que añadía el fuego, a lo qué a posteriori se unió lo telúrico que aportaban las hoquedades o minas necesarias para extraer el terrenal. Como es natural, la metalurgia del hierro se benefició de los descubrimientos técnicos de la del cobre y el bronce.
Período neolítico
Es sabido que desde el período neolítico, del VI al V milenios, el hombre utilizaba esporádicamente el cobre que podía encontrar en la superficie de la tierra, pero le aplicaba el mismo tratamiento que a la piedra y al hueso, lo que quiere decir que ignoraba las cualidades específicas del metal.
El cobre
Fue más tarde cuando se comenzó a trabajar el cobre calentándole, pero no es hasta entre el 4000 al 3500 aC., períodos de Al Ubeid y Uruk, que se inicia la fusión de cobre, aunque esto no permite aún hablar de una ‘edad del bronce’, ya que la cantidad que se producía de dicha aleación era muy pequeña.
Esta generalidad que al establecerse en Europa impera, no se da en África, donde de la piedra se salto primero al hierro antes que al bronce, aunque las cuestiones técnicas si se dieron de igual manera.
El herrero
El herrero es ante todo un jornalero del hierro, esto le hace un trashumante un nómada, en busca del mineral que necesita y de quien le encargue una labor.
A lo especial de su trabajo y los medios que necesita, entre fuego, fumarolas y chispas que crean un ambiente inusual, propicio para condicionar al aturdido agricultor o guerrero que necesita de un útil o arma con el que conseguir la cosecha del siglo o la conquista del mundo, es el hombre perfecto al que hacer partícipe de esas ilusiones o de los fracasos que hasta entonces han tenido.
Difusor de los mitos
Es el guardián, pero también difusor de los mitos, que trasmite entre los ritos y misterios de su labor.
Lo que traslada a los asistentes a un expectante y prodigioso universo inmaterial.
Si a eso se suma que es la Madre Tierra la que proporciona lo necesario para la consecución de lo que se ha solicitado, la metalurgia es el agente conductor hacia un mundo sexualizado, donde la creación del útil se ritualiza como un acto de procreación, aunando lo femenino y lo masculino y dotando al acto en paridad con lo que de ginecológico tiene todo alumbramiento.
Trasmutar substancias
Hemos hurgado en la visión y conducta del hombre arcaico con respecto a la Materia, en un nuevo compromiso social, derivado de la concepción del nuevo escalón que ocupaba al acceder al poder de trasmutar substancias, dotándolas de nuevas formas.
Conviene explicar que tal vez el primer horno derivara de aquel fuego sobre el que alguien, casi seguro una mujer, colocó un recipiente de barro crudo que, sorprendentemente, cogió una dureza y resistencia inusual.
Esa o ese primer alfarero, fue el inductor de que alguien después se aunara al ‘club’ de los capacitados en modificar el estado de la Materia, aunque no haya vestigio alguno sobre este hipotético hecho.
Es por ello que este trabajo se vuelca en el estudio de la relación de ese personaje ancestral con los minerales.
El minero
Si de origen, parece lógico pensar que el minero era a su vez fundidor y forjador, veremos más adelante cómo esas profesiones se diversifican, aunque mantengan fuertes lazos.
Todos ellos reivindican una experiencia mágico religiosa particular en sus relaciones con la sustancia.
Esta experiencia es su monopolio, y su secreto se transmite mediante los ritos de iniciación de los oficios; todos ellos trabajan con una materia que tienen a la vez por viva y sagrada.
La alquimia
Sus labores van encaminadas a la transformación de la Materia, su ‘transmutación y perfeccionamiento’ el concepto de ‘alquimia’ que se le dio en orígen.
La alquimia no fue en origen una ciencia empírica, una química embrionaria, conviene dejarlo claro; no llegó a serlo hasta más tarde, cuando quienes la practicaban percibieron su valor real y su razón de ser.
La historia de las ciencias no reconoce ruptura absoluta entre la alquimia y la química: una y otra trabajan con las mismas sustancias minerales, utilizan los mismos aparatos y, por lo general, experimentan de la misma manera.
La ideología alquímica
En la medida en que se reconoce la validez de las investigaciones sobre el origen de las técnicas y las ciencias, el punto de vista del historiador de la química es perfectamente defendible.
La química ha nacido de la alquimia; para ser más exactos, ha nacido de la descomposición de la ideología alquímica.
Pero en el panorama visual de una historia del espíritu, el proceso se presenta de distinto modo: la alquimia se erigía en ciencia sagrada, mientras que la química se constituyó después de haber despojado a las sustancias de su carácter sacro.
Desde el punto de vista del alquimista, la química suponía una ‘degradación’, por el mismo hecho de que entrañaba la secularización de una ciencia sagrada.
De todos modos no se pretende hacer una apología de la alquimia, tan solo ubicarla en la historia.
La sacralidad del hierro
No vamos a insistir sobre la sacralidad del hierro. Ya pase por caído de la bóveda celeste, ya sea extraído de las entrañas de la tierra, está cargado de potencia sagrada.
La actitud de reverencia hacia el metal se observa incluso en poblaciones de alto nivel cultural.
Precisemos que no se trata aquí de ‘fetichismo’, de adoración de un objeto en sí mismo y por sí mismo, de ‘superstición’, en una palabra, sino del respeto sagrado hacia un objeto ‘extraño’ que no pertenece al universo familiar, que viene de ‘otra parte’ y, por tanto, es un signo del más allá, una imagen aproximativa de la trascendencia.
El uso del hierro terrestre
Esto es evidente en las culturas que conocen desde hace mucho tiempo el uso del hierro terrestre: persiste en ellas aún el recuerdo fabuloso del ‘metal celeste’, la creencia en sus valores ocultos.
Los beduinos de Sinaí están convencidos de que aquel que consigue fabricarse una espada de hierro meteórico se hace invulnerable en las batallas y puede estar seguro de abatir a todos sus enemigos.
El ‘metal celeste’ es ajeno a la tierra y, por tanto, ‘trascendente’; procede de ‘arriba’; por eso es por lo que para un árabe de nuestros días es maravilloso, puede obrar milagros.
Tal vez se trate aquí, una vez más, del recuerdo fuertemente mitologizado de la época en que los hombres únicamente empleaban el hierro meteórico.
También en este caso nos hallaríamos ante una imagen de la trascendencia, pues los mitos conservan el recuerdo de aquella época fabulosa en que vivían hombres dotados de facultades y poderes extraordinarios, casi semidioses.
Naturalis Historia
Plinio, el Viejo, murió con 56 años, en su ‘Naturalis Historia’. XXXIV, 44, escribía en el siglo Iº, que el hierro es eficaz contra las ‘noxia medicamenta’ o medicinas dañinas y las secreciones nocturnas adversas, ‘adversus nocturnas limphationes’.
Pero no solo el hierro, también las herramientas del herrero tienen ese carácter sagrado.
El martillo, el yunque, de hierro y para el hierro pero también el fuelle, símbolo fálico por excelencia, ya participan, per se, sin ayuda humana, de esa sacralidad y por tanto parte fundamental de la magia transformadora que conecta con la permisividad de los dioses y por ello, adquiriendo carácter religioso.
herrero de Togo
Para el herrero de Togo:
“Mi mujer, mi martillo, mis hijos, son mi familia”.
Los tshokwe
Para los tshokwe, entre otros de Angola, el martillo es fundamento de agricultura al crear con qué ‘acariciar’ la Tierra y es tenido y agasajado como príncipe y tratado como tal.
Muchos ribereños del Ogowe, que no trabajan el hierro y desconocen por tanto todo lo que le atañe, consideran digno de veneración el fuelle de los forjadores de las tribus vecinas.
Otros pueblos de la curva del Niger creen que en el fuelle se encierra la dignidad del herrero. En cuanto a los hornos, estén donde estén, tienen las características de un cuerpo de mujer y su construcción se realiza de acuerdo a unos rituales precisos que se guardan en secreto.
El metal sagrado
El metal es sagrado; el herrero al ser su ‘sacerdote’, también; el horno y las herramientas al ser fundamentales para el logro de su utilidad final, lo son, pero además, están dotados del poder mágico de activar su funcionalidad.
El herrero es alguien a quien tener respeto, pues su carácter sobrenatural abarca no solo el mundo de la luz y lo divino, sino también el de las sombras y lo oculto pues no sólo crea los emblemas y útiles que le unen a lo primero sino también aquellos que conducen al mundo del otro lado.
Hablamos de tiempos antiguos en el que el ser humano daba minúsculos pasos tecnológicos que le llevaban siglos tan solo para cada prueba y descarte, pero que sin ellos no estaríamos aquí, en mi caso delante de un p.c.
Eran tiempos en que el orígen de cada solución a una necesidad, pasaba por ser un don que lo sobrenatural proporcionaba y que acababa en mito, y desde luego los mitos.
Edad de Piedra
Primigenios son la portada del libro de los mitos que se fueron sucediendo como se puede ‘leer’ en la influencia de los de la Edad de Piedra sobre la de los Metales.
Con la piedra en la mano, en la punta de un palo o atada a otro sobresaliendo por los lados, el hombre produjo fuego, cazaba, cortaba y rompía huesos, quien lo poseía, estaba dotado del poder de un dios del poder del rayo.
Tan mortíferos como benéficos, esos útiles, aún no herramientas, eran tan ambivalentes como el rayo y la dualidad del carácter de los dioses; a veces dadivosos y otras acreedores.
Y si la piedra, aquello que se pisaba al caminar tenía con tan solo utilizarla ese componente sobrenatural, cómo no iba a pasar e incluso intensificar estos conceptos aquello salido de ‘lo caído del cielo’.
El martillo
El martillo, heredero del hacha de los tiempos líticos, se convierte en la enseña de los dioses fuertes, los dioses de la tempestad.
Y en cuanto herrero, el dios defenderá a cosechas y hombres.

Son dioses humanizados los que aportan el conocimiento a los hombres que para que les presten atención mandan ‘piedras de rayo’ entre fragor de tormentas, es por eso que se les manifiesta con martillos y hachas de doble faz.
Dyongo Serou
Entre los Dogón su mito de la creación presenta a Dyongo Serou el Herrero Celestial que baja de regalo la agricultura y con ella el conocimiento del hierro y cómo trabajarlo.
En su golpeo contra el yunque los herreros imitan el gesto del dios del que son miméticos acólitos.
La metalurgia, posterior a la alfarería y la agricultura, se enmarca en un universo espiritual en el que el dios celeste, proveedor de los materiales y modos, de las cosechas y de la fortuna en la caza, se convierte en un poderoso dios, que además es fecundador, esposo de la Madre Tierra y padre del hierro.
Los expertos aquí cambian el criterio y apuntan a que es a partir de este momento en que la incruenta ‘creación’ donada, cede su paso a la sangrienta ‘procreación’, exigiendo desde entonces un pago o sacrificio que agradezca o repare el esfuerzo por lo nasciturus, sea este un útil, cosecha, ganado o vástago.
Explica esto porqué en los mitos de la metalurgia el rito necesita de comunión con la deidad y estar acompañado de sacrifico sangriento.
Y en la unción de los conceptos donde se crean los mitos, lo divino y humano, en ese cosmos, mítico a su vez, aunque creado a fin de cuentas por un hombre, no deja de sentar bases en las que creación y procreación o fabricación, necesitaran previamente del consiguiente sacrificio.
Los mandé
Y si es un edificio, recordemos el mito de Vida la serpiente que exigía a los mandé sacrificar 7 vírgenes para permitir asentar un pueblo.
Transfiriendo la vida de la víctima al propio edificio, pasando este a ser el nuevo cuerpo o receptáculo del espíritu de la víctima sacrificada.
Y en la mente del hombre, a fin de cuentas creador del mito, en realidad el sacrificio, que aparentemente es realizado sobre otra creación del mismo dios, esconde en realidad que el sacrificado es el Dios, un Dios representado como un hombre.
Este simbolismo procede tanto de las tradiciones mitológicas, en relación con la creación del hombre, como de los mitos sobre el origen de las plantas alimenticias.
Marduk
Para crear al hombre, Marduk el dios babilónico, se inmola a sí mismo:
“Solidificaré mi sangre y de ella haré hueso. Pondré al hombre de pie, en verdad el hombre será… Construiré al hombre, habitante de la tierra…”.
King, que fue el primero en traducir este texto, lo relacionaba con la tradición mesopotámica de la creación transmitida por Berosio, siglo IV aC, en que el autor recrea en griego una hermosa historia caldea, que aún perdida, dice:
“Y Bel, viendo que la tierra estaba desierta, pero que era fértil, ordenó a uno de los dioses que le cortara la cabeza, y que mezclase con la tierra la sangre que de ella iba a manar y que formase hombres y animales capaces de soportar el aire”.
Análogas ideas cosmogónicas se encuentran en Egipto. El sentido profundo de todos estos mitos está claro: la creación es un sacrificio. Sólo se puede animar lo que se ha creado mediante la transmisión de la propia vida, sangre, lágrimas, esperma, ‘alma…
Origen de las plantas alimenticias
De igual manera, otra serie de mitos nos hablan del origen de las plantas alimenticias, surgidas del autosacrificio de un dios o una diosa.
Un ser divino, de uno u otro sexo y edad, se inmola voluntariamente para garantizar la existencia del ser humano, en que se sacrifica a la víctima, se la despedazada.
Esparcen los trozos por la tierra para proporcionarle fecundidad, surgiendo y creciendo de cada uno las diversas especies de plantas alimenticias.
El mito en cuestión da orígen a las celebraciones periódicas previas a la siembra y tras la recolección y el porqué de los sacrificios humanos en beneficio de las cosechas.
De igual modo, según algunas tradiciones, los metales pasan también por haber surgido de la sangre o la carne de un ser primordial semidivino que fue inmolado.
Sexualización
De todo esto, surge la ‘sexualización’ del reino vegetal y mineral, y a su vez, de los útiles y objetos del mundo que lo rodea.
En relación directa con esta simbología sexual, habremos de imaginar el Vientre de la Tierra.
La mina asemejada a un útero; y a los minerales con embriones; imágenes todas ligadas a la idea de parto y alumbramiento, de lumbre y luz, fuego.
Y a los rituales que acompañan los trabajos en las minas y la metalurgia.
Xitara de Mozambique
Los xitara de Mozambique, dividen los minerales en ‘machos’ y ‘hembras’; los primeros, duros y negros, se hallan en la superficie de la tierra.
Mientras que los minerales ‘hembras’, blandos y rojizos, son extraídos del interior de la mina; la mezcla de ambos ‘sexos’ es indispensable para conseguir una fusión fructífera.
Se trata, claro está, de una clasificación subjetiva derivada de una apreciación con la que justificar el rito, más que la de atribuir porque sí, sexualidad a un mineral, puesto que ni por el color ni la dureza de un mineral se le pueda dar capacidad sexual.
Ahora bien, conviene volver al tiempo en que esto comenzaba, donde la realidad era otra y se necesitaba de milagros y del taumaturgo que los llevara a cabo para hacer fuego cuando hacia frio.
Entonces sí era de suma importancia explicarlo con algo simple, como lo era el que para llevar a buen término el trabajo de fusión.
Esa ‘fusión’ pasaba por unir los dos sexos que hicieran posible el ‘nacimiento’; el ‘matrimonio de los minerales’ se volvía así, imprescindible.
Yu el Grande
Pueden encontrarse similares conceptos en la antigua China. Se dice que Yu el Grande, el Fundador primordial, sabía distinguir los metales macho de los hembra.
Por tal razón atribuía a sus calderas los dos principios cosmológicos, el yang y el yin.
Y si eso tuvo arraigo en China, también los parámetros alquímicos encerrados en el antiguo tratado ‘Mysterium Conjunctionis’ o ‘Unión Mística’.
De igual modo la herramienta estaba a su vez sexuada, lo que hace exclamar al poeta Ibn Errümi:
Ibn Errümi
“¿Cuál es la mejor arma? Aquel sable, cuál si no, de afilado y masculino filo, y femenina hoja”.
Por su parte, los árabes llaman al hierro duro ‘hombre’ o ‘dzakar’ y al hierro blando ‘mujer’ o ‘ ánit’.
Los herreros de Tanganika
Los herreros de Tanganika realizan unas hoquedades como ventanucos en su hogar, unos, la mayoría, son:
herreros de Tanganika
“Nyina, madre, será por ellos por donde tras el fundido saldrá la escoria y el mineral de forja; por la de enfrente isi, o padre, se introduce el fuelle; las intermedias son los aana, hijos, que despejan el humo”.
Todos sabemos qué es una matriz, aquel órgano interno femenino que permite a las hembras ser madres.
En un taller, imprenta o laboratorio, es aquella pieza con la que se da forma, se crea, o se emulsiona.
En la metalurgia medieval europea, era aquel recipiente que recibía el hierro fundido para solidificarse en una forma concreta.
Lo que llegó a África, donde antes se escuchaba tal cual, ‘matrix’, matriz en latín.
Para qué inventar un nombre para algo donde se crea o da forma si ya tenemos uno como matrix.
Tan lógico como lógico es pensar en que cualquier otro objeto, útil, medio o material que se utilice en el proceso de ‘creación’ se usen los mismos términos que en la reproducción humana.
Si eso se dio en Europa y ahí sigue, porqué no admitir esa correlación en cualquier otra parte del mundo.
Embrionario no es solo eso que se gesta en el útero o matriz femenina, sino todo aquello en fase de creación, desde una empresa, a un boceto artístico o la idea de una novela. Feto, viene de facto, hecho. Al igual que fetiche.
Dayak de Borneo
Todo esto nos sirve para que no nos extrañe la correlación de la metalurgia y su proceso, con las connotaciones sexuales que requiere la maternidad.
Cuando la lluvia cae con fuerza, los dayak de Borneo tienen la certidumbre de que es ‘masculina’.
En cuanto a las aguas cósmicas, vemos que Lili, 9 y 10, en el libro de Enoch las divide así:
libro de Enoch
“El agua superior representará el papel del hombre; la inferior, el de la mujer”. Zohar, fol. 14 b, 11-152, dice a su vez: “Un pozo alimentado por un arroyo simboliza la unión del hombre y la mujer”