
El fa, un sutil arte de la adivinación que mueve 16 símbolos primarios, que dan combinándolos 256.
Un oráculo más sofisticado, creen algunos, que los I Ching de los taoístas con solo ocho símbolos y 64 combinaciones.
Al mismo tiempo un beninés tiene en cuenta que en las encrucijadas de la vida conviene una protección que puede proporcionar Legba, dios representado en infinidad de estatuas con un gran miembro viril.
Es el mismo dios a quien llaman Exú en Brasil y en cuyo honor la gente echa al suelo las primeras gotas de su bebida.
En Benín los sacrificios del vudú suelen ser más voluminosos.
Cotonou
En el mercado de Dantokpa en Cotonou hay una sección de materiales mágicos, cráneos de babuinos, lagartos disecados, todo cuanto parece poseedor de fuerza oculta, de ser susceptible de constituir un talismán, o de incorporarse a un fetiche, al cual se riega con sangre de pollo o de cabrito. Y antaño, con sangre humana.
Adoradores de serpientes. En asuntos de perfil inseguro no es extraño que la rumorología se dispare.
Ni siquiera se ha librado el alcalde de Cotonou, Nicéphore Soglo, un antiguo alto funcionario del Banco Mundial que enfermó al poco de ser nombrado jefe del Estado de Benín en 1991, tras el largo periodo de dictadura.
Dijeron que su mal era por un embrujamiento, y el caso fue que Soglo viajó a París para curarse.
Luego están los innumerables curanderos de vudú, y los guardianes de la noche o zangbetos, como si fuesen los mágos de las calles de Benín, y la gente cree en ellos por inercia, por falta de recursos o de una sanidad extendida.
Ouidah
Todo eso y más es moneda corriente en Ouidah, epicentro del vudú también por la importancia del culto consagrado a Dan o Dangwé, la serpiente del arco iris.
El gran templo de esa deidad mayor del vudú queda frente por frente de la catedral de la Inmaculada Concepción, construida por los franceses en 1905. Dangwé tiene entre sus prerrogativas la de ser deidad de la prosperidad y del dinero.
Descendiendo a lo visible, Dangwé es una serpiente pitón, o muchas, porque todas son sagradas en su templo.
Hasta un centenar de pitones reales se acogen en una capilla abovedada y ornada con frescos que, a su modo, describen una Creación.
Los adoradores de las serpientes de Ouidah no dicen que una pitón ha muerto, sino que ha caído la noche.
Cada siete años se celebran grandes fiestas de purificación en el templo de Dangwé, no importando que sus cúpulas de sacrificios sean de altura mucho más modesta que la del cercano campanario católico.
Dahomey
Richard F. Burton, cónsul inglés en Fernando Poo, en su visita a Dahomey en 1863 observó que ya no se cogía a las vírgenes por las calles en Savi para llevarlas a los conventos de Ouidah.
Pero seguían con sus procesiones de serpientes y la gente de Ouidah les ofrendaba “arroz y maíz, aceite y alubias, tejidos, cauríes y otros bienes”.
Marc, el actual guardián del templo de Dangwé, te conduce hasta el foso donde se amontonan decenas de pitones reales buscando un hueco para refrescarse y beber en una olla de barro.
Una boa particularmente gorda y activa ha ocupado el recipiente sin miramientos y Marc ha de cogerla tirando con fuerza con sus manos para dejar sitio a las demás.
“Todos los días, dice Marc, hay que traerles ratas, es su comida principal”.
Fuera del templo alguien toca la gran calabaza con ritmo de tchinkoumé y los pies se van solos. El mar, como la vida, continúa.
Maquis
Los maquis, palabra importada de Costa de Marfil, son restaurantes populares que se pueden encontrar en cualquier rincón del país.
Una especialidad que no suele faltar en estos establecimientos es el agutí, un gran roedor, y a veces el mono.
Entre las variaciones vegetales está el ñame pilée, que se hace machacando ese tubérculo en un mortero y asándolo.
La popular gboman es una salsa elaborada con pimientos rojos y verdes, jengibre, ajo y cebolla, para acompañar pescado seco, gambas o carne.
El monyo es una salsa de tomate y cebolla con pescado frito. Por las calles también se vende el waragachi, un queso con forma de bolas y color rosado, que hacen los pastores fulani, la etnia peulh, del norte del país.
Mezclan en la leche látex de un arbusto, el ‘manzano de Sodoma’, o del ‘algodón de seda’, Calotropis procera.
Tras una coagulación de unos veinte minutos añaden una hierba, Xylopia aethipica, pimienta negra y sal.
En los lagos de agua levemente salobre hay poblados de palafitos, como Ganvié, donde la gente va en piragua a la iglesia de los Cristianos Celestes o a un santuario de Kokou, el dios de los guerreros, el que pide en sus rituales pintarse el cuerpo y la cara con djassi, harina de maíz y aceite de palma.
Etnias fon y yoruba
Entrar así en trance es lo suyo. Especialmente los esclavos de las etnias fon y yoruba fueron quienes llevaron a América los principios del vudú que se practicaba en Dahomey, el antiguo nombre de Benín, y que para ellos era una religión, y una forma de entender el mundo y la vida.
De ahí viene parte del vudú de Haití, del candomblé de Brasil, del hoodoo del sur de Estados Unidos, de la santería de Cuba.
La propia palabra vudú, y sé que me repito,deriva de vodoun, que en la lengua fon de Dahomey significa lo inefable, lo ineludible.
Algo a lo que no se puede uno abstraer, que tiene que ver con el mundo de los antepasados, y con su vigilancia sobre los vivos, y que en principio supera una mera superchería para sacar cuartos, o para hacer maldiciones al estilo de muñecas pinchadas con alfileres.
El vudú constituía una religión ancestral, y en Benín la siguen acatando, con sus más y sus menos, la mayoría de la población.
No hay lugar más intenso en Ouidah que la Ruta de los Esclavos, una pista de tres kilómetros jalonada con estatuas de dioses del vudú.
Al final, al borde del Atlántico, se alza la Puerta de No Retorno, un arco solemne que simboliza el punto de embarque de los esclavos y su despedida de la tierra natal, de las palmas cargadas de frutos de aceite rojo, y de sus raíces.
Muchos estaban destinados a la muerte en la travesía.
A los supervivientes les esperaba una vida de látigo y humillaciones en la plantación o en la mina americana.
Y con todo, los esclavos conservaron su fe en dioses o luas de su tierra natal, y en que hay una vida tras la muerte.
Egungun
Egungun, el dios de los antepasados que retornan, está representado en la Puerta de No Retorno con una estatua sin ojos ni boca, recubierta de cauríes, las conchas que hasta el XIX equivalían al dinero.
En 1680 los portugueses edificaron en Ouidah un fuerte, São João Baptista de Ajuda, reconvertido en Museo de Historia.
En realidad fue más que una fortaleza al uso, teniendo la virtud de simbolizar la capital de un país aparte, o mejor, de una entidad política fantasmal.
Los portugueses reclamaron como propio su exiguo territorio de Ouidah, para ellos Ajuda, y no aceptaron su incorporación a Benín cuando la independencia del país en 1961, sino en 1975, cuando otros claveles habían florecido.
Costa de los Esclavos
Por supuesto, los ingleses, dominando en los Golfos de Benín y Biafra, trataron de hacerse también con la Costa de los Esclavos, desde Ghana a Nigeria.
Luego cambiaron su política y se hicieron antiesclavistas, aunque a mediados del XIX aún triunfaban negreros de la calaña de Souza.
Ése fue el Virrey de Ouidah en1980, según la novela de Bruce Chatwin, llevada al cine por Werner Herzog con el título de Cobra Verde de1987, y con las facciones de Klaus Kinski como protagonista.
El Vaticano de Ouidah. Muchos puntos de Ouidah evocan su pasado negrero: el barrio Blézin o de Brasil con la casa de Souza; la antigua cárcel de Zomai, que significa “sin luces”, donde encerraban a los esclavos para que perdiesen la noción del tiempo antes de ser embarcados.
La espuma de las olas parece nata batida en las largas y vacías playas de Ouidah, la vieja capital de los esclavos.
La resaca es traidora y aún queda la barra:
“Cuidado, prestad atención a la ensenada de Benín, donde muchos fueron y pocos regresaron”,
cantaban los viejos marineros.
Pero la peor parte fue para los esclavos, los que salían por miles de Ouidah, rumbo a América, llevando, además de sus grilletes, los fundamentos del vudú.
Deja una respuesta